Día mundial de la justicia social
En la reciente misión a la frontera con Venezuela y Colombia vimos a miles de personas escapando la falta de ingresos dignos. Lo mismo en la frontera sur de México, donde cada día, cientos de migrantes centroamericanos huyen de la pobreza para brindar, a su familia, las necesidades básicas para sobrevivir.
A pesar de que hemos llevado a cabo más de 250 misiones, en cada una no deja de impactarnos las condiciones en las que viven nuestras hermanas y hermanos. Y es que, como organización nacida en Latinoamérica, no podemos ser indiferentes a la desigualdad en las que operamos; desigualdad que genera vulnerabilidad a desastres de todo tipo.
Según OxFam ––organización especializada en el estudio de la pobreza a nivel mundial—nuestro continente es el más desigual del planeta. En América Latina, una persona puede llegar a ganar 16 mil veces más que otra; además, hay 165 millones de personas que, hoy en día, viven en la pobreza extrema y otros 200 millones podrían volver a ser pobres en un momento de menor crecimiento económico.

Es por eso que, como organización judía, sabemos que la máxima de Tikun Olam—reparar el mundo— va mucho más allá del mero apoyo inmediato a quien lo necesita.
Hemos decidido involucrarnos en proyectos microeconómicos para que generen cambios en la calidad de vida: iniciativas como Project Ten, por medio de la cual hemos apadrinado aldeas en los estados mexicanos de Chiapas y Oaxaca, o las chamarras con causa, Sicarú, que ayudan a mujeres artesanas a recuperarse del impacto del sismo en su vida laboral.
Son acciones pequeñas, pero que nos permite tener un impacto a largo plazo; estamos convencidos de que no basta con atender desastres naturales. La causa principal de la vulnerabilidad es la pobreza. Y si no salimos todos juntos, nos ahogamos.