Con la presencia de representantes de Israel, Chile, Venezuela, Argentina, Costa Rica, Estados Unidos de Norteamérica, Cancún, Los Cabos y México, como país anfitrión, en un marco de cordialidad y alegría, los pasados 28, 29 y 30 de mayo de 2018, se llevó a cabo la Primera Asamblea Internacional CADENA.
En la asamblea se compartieron experiencias y aprendizaje de cada una de las áreas que conforman la fundación con la finalidad de unificar criterios y procedimientos y así lograr una sinergia que nos permita seguir llevando ayuda a todos los rincones del mundo para cumplir con nuestra mision de reparar el planeta (Tikunn Olam).
Con ponentes de CADENA México, Estados Unidos e invitados de primer nivel en temas como Apoyo Psicológico, Logística de Emergencia y Recaudacio de Fondos entre otros se impartieron conferencias que enriquecieron los conocimientos de todos los presentes y ayudaron a los equipos de más reciente formación a conocer con precisión los procesos y las áreas que integran a CADENA.
Se destacó la importancia de la Fundación y la relevancia a nivel internacional de la ayuda que CADENA brinda a tantas comunidades en nombre de la Comunidad Judía Internacional.
El logro más importante es quizás que CADENA se consolidó como una hermandad comprometida a dar ayuda humanitaria de forma incondicional y a seguir expandiéndose sin límite gracias al trabajo de cada uno de sus integrantes.
Agradecemos a todos los participantes su presencia, entusiasmo y compromiso para seguir adelante.
https://cadena.ngo/wp-content/uploads/2018/06/primera-asamblea-featured.jpg6751200Abigailhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngAbigail2018-06-06 06:00:372019-08-12 12:37:07Primera Asamblea de CADENA Internacional
Desde noviembre del año pasado Martín Vaizer, Alan Alaluf y Yair Elkyam estudiantes del Instituto Hebreo Dr. Chaim Weitzman, de Chile, estuvieron pensando en incendios. Recientemente se había desatado uno en Santa Olga, en el sur de Chile: el humo era tan denso que no dejaba respirar por más de 2 minutos.
Por eso, crearon “Convallis 02”, una máscara de gas generada con materiales caseros, económicos y reciclables, la cual filtra el humo del aire en caso de incendio.
Uno de siete equipos en la final
Este 27 de mayo, Martín, Alan y Yair se unieron a otros estudiantes de México, Miami, Colombia, Pensilvania, Venezuela y Houston para la gran final de Iniciativa CADENA, un concurso de ideas en donde niños y niñas de secundaria proponen una idea para prevenir o responder de una mejor manera ante un desastre natural. 7 equipos de 5 ciudades compitieron en la Ciudad de México para determinar cuál era el proyecto con mayor impacto social.
El jurado
El jurado estuvo compuesto por: Carlos Valdez, ingeniero geofísico UNAM, ex-Jefe del Sistema Sismológico Internacional, Presidente del CONAPRED; Mir Bahid Sivae, Cofundador de Global Mission, Associado de Caltech Assiociates; Monica Kibrit y Lucia Enciso Palafox. Cada uno de ellos visitó los stand concursantes, como el de el equipo Ecosella, de Mexico: un sellador sustentable desarrollado por Nicole Benussen, Israel Bejar, Emily Palomo, estudiantes de la comunidad Sefaradí, para ayudar a las comunidades pobres de México que están expuestas a huracanes.
Proyectos de CADENA
En el evento hubo una presentación del Go Team, el equipo de rescate de CADENA conformado de 60 personas. Estos hicieron dos tipos de ejercicio: un rescate vertical a un edifico o colapsado y otro con penetración a la estructura. También estuvo presente Sicarú, una propuesta para vender chamarras bordadas por mujeres de Juchitán afectadas por el sismo; y un sand que vendía café para sustentar el project TEN, la aldea de Oaxaca
Mención honorífica: Quake Savior
Finalmente llegó el momento esperados por todos: la premiacion internacional. El jurado dio un reconocimiento y mención honorífica a Quake Savior, de Miami; un sistema con medición de signos vitales para alertar a rescatistas en caso de terremoto.
Tercer lugar: Ladrillo Fénix
El tercer lugar fue para Ladrillo Fénix, un ladrillo hecho a partir del cascajo (ladrillo y piedras quebradas), con la intención de reutilizar este material que resulta de los residuos de otros materiales de construcción.
Segundo lugar: Seguridad en tus manos
El segundo lugar fue para Seguridad en tus Manos, de Venezuela. La propuesta consiste en estampar bolsas de supermercado con las medidas de seguridad y teléfonos de emergencia informando qué hacer en caso de que se presente un evento sísmico.
Primer lugar: Vital Desk
Y el primer lugar se lo llevó Rebeca Korman, Mijal Akerman y Michael Rosental del Colegio Colombo Hebreo por Vital Desk. Un escritorio que en situaciones de emergencia se transforma rápidamente adoptando la forma de un triángulo de la vida para que las personas se puedan proteger durante un sismo. Este escritorio, fabricado con envases de Tetra Pack, tiene una alta resistencia y un bajo costo, lo que facilita su implementación en zonas de alta vulnerabilidad.
¡Muchas felicidades a todos! Encuentra todos los proyectos de Iniciativa CADENA aquí.
https://cadena.ngo/wp-content/uploads/2018/05/final-ic-2018.jpg6751200Abigailhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngAbigail2018-05-29 09:46:422019-08-12 12:45:26Gran final de Iniciativa CADENA
Después de veinticuatro horas de vuelo llegué a Nairobi y lo primero que sentí fue calor. Me junté con Michalya Schonwald y Dov Bromi, representantes de CADENA Sudáfrica, y juntos fuimos al hotel, donde me tomé una ducha (llevaba sin bañarme dos días) y me quedé dormida. Al siguiente día nos despertamos a las cuatro de la mañana para abordar una avionetita de hélices de las Naciones Unidas hacia el campo de refugiados de Kakuma.
Desde mediados del año pasado CADENA Internacional ha coordinado, con el Museo de Memoria y Tolerancia, la entrega de un importante donativo a este campo de desplazados—sobre todo de Sudán, pero también de Somalia y Burundi—ubicado al norte de Kenia.
Los insumos (5 compresores de oxígeno, un ultrasonido y 95,000 sobres de Plumpin Nuts, un suplemento alimenticio para combatir la desnutrición) estuvieron esperando por meses en la capital del país ya que, por la temporada de lluvia, se habían desmoronado puentes y los caminos no estaban seguros para transitar. Finalmente, al inicio de este año, el camino se abrió. Y en menos de una semana me tuve que preparar para visitar el campo y dar fé de la entrega.
Nada me había preparado para lo que vi. Yo había trabajado antes con refugiados de Guatemala y Salvador en casas de inmigrantes, pero, como judía, las palabras “campo de refugiado” inevitablemente me traía a la mente imágenes de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, cuando aterrizamos en Kakuma y me bajé del avión, tenía miedo de lo que me iba a encontrar.
En primer lugar: no había pista. No había nada. Una oleada de polvo me pegó. Y el calor. 44 grados, al sol.
La “pista” estaba rodeada de alambrado de púas y el segundo que salí del perímetro para buscar a nuestro transporte (una camioneta de ISRAID, nuestro contacto en el campo), un señor viejo con bastón me tomó del brazo y me jaló hacia él, haciendo con la mano libre el gesto universal del hambre. No me había dado tiempo de respirar y ya estaba ahí con el shock de –en este caso en específico— no poder ayudar.
Por fin encontramos el Jeep y atravesamos las casas de adobe con techos de aluminio y los cientos de personas caminando con tinacos en su cabeza para recoger agua. En las oficinas de ISRAID hablamos sobre lo que había sido la entrega y planeamos el día siguiente. Esa noche dormimos en unos contenedores de tren, condicionados para ser cuartos para los trabajadores humanitarios.
Con más de 185,000 habitantes –un promedio de 120 a 150 nuevos al día—Kakuma es uno de los campos de refugiados más grandes del mundo. Ubicado en medio de una zona desértica, parece una ciudad; la gran diferencia es que las personas que ahí viven no pueden salir, no tienen nacionalidad. El nombre lo dice todo: Kakuma, en swahili quiere decir “Ningún lugar”.
Al día siguiente fuimos a un hospital para ver cómo se estaban utilizando los respiradores. El espacio estaba lleno de polvo y la sala de partos, sucia, con un techo de aluminio y piso sin esterilizar. Entramos a un cuarto y vi algo que me impresionó. Ahí, en una incubadora, estaba un recién nacido respirando el oxígeno que una institución a miles de kilómetros había donado. Gracias a ese extra de oxígeno sus pulmones prematuros se podían ventilar: habíamos salvado una vida.
En la entrada del segundo hospital que visitamos se nos acercó una señora llorando y sosteniendo a su hijo en sus manos. Levantó la camisa y vimos que tenía colostomía mal cuidada, por falta de material. Nuestro traductor nos comentó que les habían hecho la cirugía de nacimiento, pero por falta de higiene y de material (bolsa de colostomía) en el campo se tenía que hacer una segunda operación en Nairobi, para asegurar la vida del bebe. Aquel segundo hospital estaba mejor pero no tenía suficiente personal. En una mesa en la que, por lo general, ponen a un solo bebe prematuro, había tres: por razones de insuficiencia tenían que turnarse el concentrador de oxígeno. Quince minutos. Cada uno. Los doctores me comentaron que no había paquetes de sangre para atender a los pacientes y yo me ofrecí a donar: estaban muy shockeados. La gente que va a dar ayuda humanitaria al campo no dona sangre por miedo a la falta de salubridad o las enfermedades que podría contraer. Esa tarde jugué un poco de futbol con unos niños de ahí y visité una escuela en donde estaban jugando el juego de la silla.
Estuvimos ahí un total de cuatro días, y el último día fuimos a checar las entregas de los suplementos de Plumpin Nuts (un suplemento que ayudan a que los niños no se mueran de desnutrición). En una bodega me puse a hablar en francés con un refugiado de Burundi que no había hablado el idioma por más de ocho años. Su historia desgarradora de la huida de su país como médico especialista me impresionó; me dijo que quería poner una escuela francesa en el campo—todavía me manda fotos de su casa y su familia por WhatsApp.
Al día siguiente fuimos a un hospital para ver cómo se estaban utilizando los respiradores. El espacio estaba lleno de polvo y la sala de partos, sucia, con un techo de aluminio y piso sin esterilizar. Entramos a un cuarto y vi algo que me impresionó. Ahí, en una incubadora, estaba un recién nacido respirando el oxígeno que una institución a miles de kilómetros había donado. Gracias a ese extra de oxígeno sus pulmones prematuros se podían ventilar: habíamos salvado una vida.
En la entrada del segundo hospital que visitamos se nos acercó una señora llorando y sosteniendo a su hijo en sus manos. Levantó la camisa y vimos que tenía colostomía mal cuidada, por falta de material. Nuestro traductor nos comentó que les habían hecho la cirugía de nacimiento, pero por falta de higiene y de material (bolsa de colostomía) en el campo se tenía que hacer una segunda operación en Nairobi, para asegurar la vida del bebe.
Aquel segundo hospital estaba mejor pero no tenía suficiente personal. En una mesa en la que, por lo general, ponen a un solo bebe prematuro, había tres: por razones de insuficiencia tenían que turnarse el concentrador de oxígeno. Quince minutos. Cada uno.
Los doctores me comentaron que no había paquetes de sangre para atender a los pacientes y yo me ofrecí a donar: estaban en shock. La gente que va a dar ayuda humanitaria al campo no dona sangre por miedo a la falta de salubridad o las enfermedades que podría contraer. Esa tarde jugué un poco de futbol con unos niños de ahí y visité una escuela en donde estaban jugando el juego de la silla.
Estuvimos ahí un total de cuatro días, y el último día fuimos a checar las entregas de los suplementos de Plumpin Nuts (un suplemento que ayudan a que los niños no se mueran de desnutrición). En una bodega me puse a hablar en francés con un refugiado de Burundi que no había hablado el idioma por más de ocho años. Su historia desgarradora de la huida de su país como médico especialista me impresionó; me dijo que quería poner una escuela francesa en el campo—todavía me manda fotos de su casa y su familia por WhatsApp.
Salimos el jueves de regreso a nuestros respectivos países, en largo vuelo de regreso pude por fin adquirir un poco de perspectiva de lo que había vivido. Entendí por qué se decidió realizar ese donativo desde el otro lado del mundo: lo que pasa a 8,098 millas náuticas nos atañe a todos.
Me sentí orgullosa de ser parte de la comunidad judeomexicana: lo que hacemos en CADENA tiene un impacto real, aunque no lo veamos en el día a día.
– Dra. Joanne Joloy, Directora de expansión internacional, CADENA
Encuentro con África: el campo de refugiados de Kakuma
Después de veinticuatro horas de vuelo llegué a Nairobi y lo primero que sentí fue calor. Me junté con Michalya Schonwald y Dov Bromi, representantes de CADENA Sudáfrica, y juntos fuimos al hotel, donde me tomé una ducha (llevaba sin bañarme dos días) y me quedé dormida. Al siguiente día nos despertamos a las cuatro de la mañana para abordar una avionetita de hélices de las Naciones Unidas hacia el campo de refugiados de Kakuma.
Desde mediados del año pasado CADENA Internacional ha coordinado, con el Museo de Memoria y Tolerancia, la entrega de un importante donativo a este campo de desplazados—sobre todo de Sudán, pero también de Somalia y Burundi—ubicado al norte de Kenia.
Los insumos (5 compresores de oxígeno, un ultrasonido y 95,000 sobres de Plumpin Nuts, un suplemento alimenticio para combatir la desnutrición) estuvieron esperando por meses en la capital del país ya que, por la temporada de lluvia, se habían desmoronado puentes y los caminos no estaban seguros para transitar. Finalmente, al inicio de este año, el camino se abrió. Y en menos de una semana me tuve que preparar para visitar el campo y dar fé de la entrega.
Nada me había preparado para lo que vi. Yo había trabajado antes con refugiados de Guatemala y Salvador en casas de inmigrantes, pero, como judía, las palabras “campo de refugiado” inevitablemente me traía a la mente imágenes de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, cuando aterrizamos en Kakuma y me bajé del avión, tenía miedo de lo que me iba a encontrar.
En primer lugar: no había pista. No había nada. Una oleada de polvo me pegó. Y el calor. 44 grados, al sol.
La “pista” estaba rodeada de alambrado de púas y el segundo que salí del perímetro para buscar a nuestro transporte (una camioneta de ISRAID, nuestro contacto en el campo), un señor viejo con bastón me tomó del brazo y me jaló hacia él, haciendo con la mano libre el gesto universal del hambre. No me había dado tiempo de respirar y ya estaba ahí con el shock de –en este caso en específico— no poder ayudar.
Por fin encontramos el Jeep y atravesamos las casas de adobe con techos de aluminio y los cientos de personas caminando con tinacos en su cabeza para recoger agua. En las oficinas de ISRAID hablamos sobre lo que había sido la entrega y planeamos el día siguiente. Esa noche dormimos en unos contenedores de tren, condicionados para ser cuartos para los trabajadores humanitarios.
Con más de 185,000 habitantes –un promedio de 120 a 150 nuevos al día—Kakuma es uno de los campos de refugiados más grandes del mundo. Ubicado en medio de una zona desértica, parece una ciudad; la gran diferencia es que las personas que ahí viven no pueden salir, no tienen nacionalidad. El nombre lo dice todo: Kakuma, en swahili quiere decir “Ningún lugar”.
Al día siguiente fuimos a un hospital para ver cómo se estaban utilizando los respiradores. El espacio estaba lleno de polvo y la sala de partos, sucia, con un techo de aluminio y piso sin esterilizar. Entramos a un cuarto y vi algo que me impresionó. Ahí, en una incubadora, estaba un recién nacido respirando el oxígeno que una institución a miles de kilómetros había donado. Gracias a ese extra de oxígeno sus pulmones prematuros se podían ventilar: habíamos salvado una vida.
En la entrada del segundo hospital que visitamos se nos acercó una señora llorando y sosteniendo a su hijo en sus manos. Levantó la camisa y vimos que tenía colostomía mal cuidada, por falta de material. Nuestro traductor nos comentó que les habían hecho la cirugía de nacimiento, pero por falta de higiene y de material (bolsa de colostomía) en el campo se tenía que hacer una segunda operación en Nairobi, para asegurar la vida del bebe.
Aquel segundo hospital estaba mejor pero no tenía suficiente personal. En una mesa en la que, por lo general, ponen a un solo bebe prematuro, había tres: por razones de insuficiencia tenían que turnarse el concentrador de oxígeno. Quince minutos. Cada uno. Los doctores me comentaron que no había paquetes de sangre para atender a los pacientes y yo me ofrecí a donar: estaban muy shockeados. La gente que va a dar ayuda humanitaria al campo no dona sangre por miedo a la falta de salubridad o las enfermedades que podría contraer. Esa tarde jugué un poco de futbol con unos niños de ahí y visité una escuela en donde estaban jugando el juego de la silla.
Estuvimos ahí un total de cuatro días, y el último día fuimos a checar las entregas de los suplementos de Plumpin Nuts (un suplemento que ayudan a que los niños no se mueran de desnutrición). En una bodega me puse a hablar en francés con un refugiado de Burundi que no había hablado el idioma por más de ocho años. Su historia desgarradora de la huida de su país como médico especialista me impresionó; me dijo que quería poner una escuela francesa en el campo—todavía me manda fotos de su casa y su familia por WhatsApp.
Salimos el jueves de regreso a nuestros respectivos países, en largo vuelo de regreso pude por fin adquirir un poco de perspectiva de lo que había vivido. Entendí por qué se decidió realizar ese donativo desde el otro lado del mundo: lo que pasa a 8,098 millas náuticas nos atañe a todos. Me sentí orgullosa de ser parte de la comunidad judía mexicana: lo que hacemos en CADENA tiene un impacto real, aunque no lo veamos en el día a día.
https://cadena.ngo/wp-content/uploads/2018/02/campo-refugiados-kakuma-featured.jpg6751200Abigailhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngAbigail2018-02-13 12:15:522019-10-20 15:42:24Encuentro con África: El campo de refugiados de Kakuma
En Tu Bishvat, el día 15 de Shvat, celebramos la conexión del ser humano con la naturaleza, la relación que nuestra especie ha tenido desde sus orígenes con la fuente de su sobrevivencia; en esta fecha, reconocemos y agradecemos todos los recursos que, desde tiempos prehistóricos, nos ha ofrecido la madre tierra para subsistir, producir y crear.
Cada año, la celebración de la fiesta de los árboles es una oportunidad para reflexionar acerca de nuestra dependencia absoluta a la naturaleza y, al mismo tiempo, para reforzar nuestra conciencia sobre la gran capacidad humana para deteriorarla.
La urbanización, el desarrollo tecnológico e industrial y la explotación masiva de recursos naturales para satisfacer las demandas de nuestras sociedades consumistas han dañado gravemente nuestros ecosistemas y han desconectado a nuestra especie del mundo natural.
Realmente, ¿somos conscientes de ello?, ¿hemos calculado el efecto a largo plazo y el costo–beneficio de nuestras acciones?, ¿estamos siendo responsables con quienes vienen después de nosotros?
Hace miles de años, el ser humano convivía permanentemente con su entorno natural, aprendía de él todo lo que podía: sus ciclos, sus estaciones, sus comportamientos; y aunque no tenía la comprensión que hoy tenemos de sus fenómenos, entendía que existía una delegada línea donde se establecía el equilibrio natural, por ello lo valoraba tanto, lo respetaba, lo cuidaba e incluso lo veneraba.
Nuestro texto fundacional, la Biblia de Moisés, no se queda atrás en el intento por despertar esas mismas actitudes hacia la naturaleza al comparar al ser humano con la naturaleza misma. .
Ki haadam etz hasade, “porque el ser humano es un árbol del campo” (Deut. 10:19). La Torá nos quiere decir, de una vez y sin rodeos, que debemos considerar a la madre naturaleza como a nosotros mismos; pero también quiere decirnos que si observamos la naturaleza y la entendemos bien, podremos conocernos mejor a nosotros mismos.
A pesar de haber leído esta frase un sinnúmero de veces, nunca había la había entendido en toda su profundidad hasta que tuve la oportunidad de hallarme inmerso en la selva amazónica, donde te encuentras 360 grados rodeado de vegetación.
Una persona nativa de la región me explicó que la vegetación es tan densa y diversa, pues árboles y plantas buscan naturalmente dos elementos: luz solar y agua, por lo que sus raíces se extienden a lo largo de decenas de metros e incluso llegan a desplazar sus troncos produciendo tallos nuevos que, al encontrar la luz del sol, comienzan a crecer hasta convertirse en altos árboles con anchos troncos, los cuales pueden crecer tanto, que llegan a rebasar las copas de los demás. A estos árboles, que son los que mejor logran aprovechar la luz solar y el agua, se les llama emergentes.
Cuando escuché esta explicación, encontré el posible significado a la comparación bíblica entre el hombre y el árbol.
Los seres humanos estamos compuestos por una parte espiritual y otra material, las cuales debemos aprender a mantener en equilibrio perfecto. La luz del sol representa la riqueza espiritual que da sentido a nuestra existencia material, misma que, por fuerza, necesita agua, es decir, el sustento y la satisfacción de todas las necesidades que posibilitan nuestra sobrevivencia física.
En el hombre se unen el cuerpo y el alma, lo material y lo inmaterial, lo pasajero y lo eterno, de tal suerte que si descuida alguno de esos elementos, se marchita, deja de crecer o, inclusive, muere. Por eso, debe siempre procurar fortalecer sus raíces en la tierra, pero sin descuidar su conexión con la Fuerza Superior que alimenta los elementos físicos que lo hacen crecer.
Debemos esforzarnos por encontrar el equilibrio perfecto entre luz y agua, espíritu y materia, cuerpo y alma, para poder convertirnos en emergentes, es decir, en seres de luz con los pies bien puestos en la tierra, de forma que logremos reparar todo aquello que hemos echado a perder en la naturaleza, en su fauna y flora, en todo el conjunto del ecosistema, pero también en el tejido social.
Mi guía en la selva también me explicó que la diversidad vegetal es la clave de la nutrición de todo el ecosistema, pues un solo tipo de árbol o planta no lograría subsistir a largo plazo. Tanto sobre la corteza terrestre como por debajo, las raíces se entremezclan e intercambian nutrientes que les permiten crecer y fortalecerse.
De forma análoga, la Biblia también nos habla de la importancia vital de la diversidad humana, del intercambio y el sincretismo cultural, del diálogo ecuménico. El roble seguirá siendo roble, el ficus seguirá siendo ficus, igualmente la seiba y el pino, pero tomarán nutrientes uno del otro para ser más adaptables y resistentes a los cambios de clima.
La carrera frenética por “el progreso” en todos sus aspectos y los esfuerzos deliberados por conquistar espacios y explotarlos provocaron las revoluciones agrícola, industrial y tecnológica, descuidando en una enorme proporción la «coexistencia» con nuestro hogar natural.
Tu Bishvat nos debe hacer reflexionar sobre la vital importancia de renovar nuestros vínculos con nuestro entorno natural, de volver a valorarlo, respetarlo, cuidarlo y reconstruir esa simbiosis entre el hombre y el árbol, pues del árbol no solo comemos, sino también aprendemos el equilibrio para vivir.
00Abigailhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngAbigail2018-01-30 13:58:122019-08-22 19:08:23Tu Bishvat: renovar nuestro vínculo con la naturaleza
Ésta es una pregunta que no se puede limitar de manera absoluta a una sola definición o idea pues, para tratar de entender qué significa ser judío, debemos tomar en cuenta muchos factores, contextos, épocas, espacios, procesos culturales y, sobre todo, el cause evolutivo de nuestra civilización.
Ser judío, desde mi perspectiva personal, no es solamente una identidad cultural que llevamos puesta y que agenda nuestras costumbres y tradiciones. Ser judío es más: es un sistema operativo que llevamos dentro, y que nos impulsa a ver el mundo de diferente manera.
Considero que el Pueblo Judío es, en cierto sentido, precursor de la historiosofía, es decir, la filosofía de la historia. Esto quiere decir que le damos una razón trascendente a los acontecimientos que pasan en la vida de las personas, de los pueblos y de las naciones.
Este sistema operativo con el que estamos programados hizo que hace 3,500 años, en Mesopotamia, un hombre llamado Abraham cambiara la cosmovisión del papel del ser humano en el mundo. El patriarca sembró la idea de que el universo tiene un creador único, un propósito; en consecuencia, todos los que estamos conscientes de ello, nos volvemos protagonistas de este propósito al jugarun papel activo en el mejoramiento de las condiciones dadas en cada entorno.
Unos siglos después de Abraham, su bisnieto Yosef, hijo de Yaakov, fue otro judío con esa visión. Con un gran liderazgo, le pudo dar de comer a todo el Medio Oriente, enfrentando la hambruna más dramática que la región había sufrido en décadas. Salvó cientos de miles de vidas humanas al hacer suyo el propósito original de Abraham.
Así mismo, Moisés logró cambiar el paradigma de la esclavitud y la libertad. Al sacar a los hebreos de Egipto, logró emancipar por primera vez en la historia de la humanidad a un pueblo de la explotación, la injusticia y la privación de su autonomía. Puso en el mapa cultural las palabras dignidad, equidad, y la lucha inquebrantable por valores e ideales humanistas.
A mi entender, ser judío es cargar encima la sensibilidad de ver siempre qué falta, qué se puede cambiar y mejorar. Así como estos grandes próceres de nuestro pueblo, en cada época y época podemos encontrar los retos generacionales que tienen que ser atendidos, en economía, ecología, asistencia social, educación, ciencias, arte… Todos los rubros que conforman nuestra vida, la vida de los hombres.
En otras palabras, ser judío es no dejar de mirar las necesidades de nuestro entorno; entender que tomar un lugar activo en la historia de los pueblos y las naciones es un privilegio que conlleva una gran responsabilidad. Ser judío se da, en la mayoría de los casos, por nacimiento.
Pero la identidad judía se practica a diario, preguntándonos constantemente: ¿Para qué? ¿Para qué seguir guardando este legado milenario? ¿Qué diferencia le hace al mundo si existimos como judíos o no?
La respuesta a estas interrogantes no está puesta solamente en el pasado, sino que la creamos día con día. Es una respuesta que nos toca responder a cada judía y judío que se dona a una causa que vale la pena, a un motivo que nos trasciende a nosotros mismos. Ser judíos implica comprometernos a dejar un mundo mejor del que recibimos, estar dispuestos a cumplir con el contrato original de ser una “luz para las naciones”.
Desde mi perspectiva personal, el judío de este siglo XXI debe ser un judío universal, es decir, un judío atento a las realidades cambiantes de una civilización que corre a velocidades inimaginables hacia una revolución tecnológica cuyo destino difícilmente podemos imaginar. El judío universal decide participar; entiende que es necesario, ahora más que nunca, compartirle al mundo los valores e ideales que hemos tejido y cultivado por siglos.
Un judío del siglo XXI sabrá cómo equilibrar la capacidad majestuosa y creativa que todo lo puede, con la sensibilidad contemplativa y humilde para saber, en ocasiones, decir “no, esto no es para mí y no lo recomiendo tampoco para ti”.
El siglo XXI necesitará de personas que sepan equilibrar la productividad y el consumo con la equidad y la justicia social; gente que sepa equilibrar entre lo global y lo local, entre lo nuevo y lo mosaico, lo simple y lo sofisticado; personas que sepan vivir entre niños y ancianos. En suma, se requiere gente comprometida con el imperativo humano de no dejar a nadie atrás. Y creo que el mundo está esperando que estos hijos e hijas de Abraham den el ejemplo de lo que es un ser humano ejemplar. Es una tarea diaria, desde lo ordinario, en nuestro papel de padres, hijos, hermanos, socios, estudiantes, profesionistas; hasta lo extraordinario de lograr cruzar el mundo para participar en una misión humanitaria en el cuerno de África, por ejemplo.
Así mismo, un judío del siglo XXI deberá ser muy cuidadoso de no perder su identidad, sus costumbres, sus tradiciones milenarias; pues ante el gran torrente globalizador, la tendencia natural es de diluir la identidad en aras de un mundo igualitario y homogéneo. Si perdemos todo aquello que nos hace ser nosotros para disolvernos en el océano cosmopolita sin distinción, estaríamos privando al mundo de nuestro legado particular, de todo lo que podemos compartir desde el orgullo de ser judío. Y estaríamos perdiendo la oportunidad de representar nuestro significado de existir. Sólo así podremos explicar ontológicamente el por qué estamos aquí, así como el por qué debemos seguir estando, para la eternidad.
En lo personal, encontré mi causa en el Comité de Ayuda a Desastres y Emergencias Nacionales de la Comunidad Judía de México (CADENA). Esta iniciativa se relaciona absolutamente con mi trayectoria de vida, mis sueños, mis talentos y habilidades, y mis ideales más profundos. Todos ellos, entretejidos, forman un proyecto de vida que alimenta mi alma, mi espíritu, mi razón de ser y existir; una causa que me conecta con lo que soy y represento, y que responde a la educación que recibí en casa y a la que quiero legar a mis hijos.
Pero además, los ideales de CADENA están plenamente alineados con los más sublimes mandatos bíblicos, mismos que me hacen sentir orgullosamente judío, y orgullosamente humano. ¿Qué más podría pedir?*
La primera pregunta que me hacen cuando digo que soy voluntaria en misiones de CADENA, es: ¿cuántas llevas? Curiosa pregunta, ¿por qué no me preguntan cuántas despensas, cobijas, abrazos, sonrisas, ropa, etc. he entregado? ¿Cuántas bendiciones he recibido?
Ir a una misión es poner ante todo las necesidades de otro. Es regalar un poco de nuestro tiempo y nuestro corazón a alguien que no conocemos. Es darlo todo hasta desaparecer y convertirnos en la ayuda misma. Es agradecer a nuestro país lo mucho que nos ha dado.
Una misión se desarrolla entre donadores, profesionales, voluntarios, transportistas, aliados, bodegueros. Hay que cargar, subir, bajar, ir, regresar, mandar. Pasar por sol, frío, calor, lluvia. Son horas y horas de tiempo invertido para que la ayuda llegue, mano a mano, a quien lo necesita.
Ir a una misión es compartir con otros voluntarios experiencias que duelen, que rasgan el alma; es no poder contener las lágrimas llorar, abrazar a alguien que necesita de tu calidez, es hacer una nueva familia.
Cada misión tiene algo especial y mágico, en cada una aprendo algo nuevo, recibo mucho más de lo que doy; porque cada sonrisa, cada bendición, cada lágrima, cada mano estrechada y cada abrazo colman mi propia vida de agradecimientos.
Después de una misión uno quiere regresar y abrazar a los suyos; agradecer por todo lo que tenemos: un techo, una cama caliente, un plato de comida y una familia… Y tú, ¿a cuántas misiones has ido?
Maestro Benjamin Laniado recibió el Premio Herzl 2015, el pasado martes 27 de octubre del 2015 en el Centro Comunitario Maguen David, por su labor en pro de Israel, motivo que llevó a una ceremonia llena de momentos muy emotivos, compañerismo y admiración por uno de los líderes comunitarios más connotados y queridos, como se pudo ver en el evento.
El Premio Herzl es un reconocimiento que otorga el Departamento de Actividades Sionistas de la Organización Sionista Mundial a través del Consejo Sionista de México, se hace en honor a Theodoro Herzl y consiste en premiar el esfuerzo y trabajo realizado por alguna persona de la Comunidad Judeo Mexicana no mayor a 44 años que se haya destacado por su compromiso Comunitario, Pro Israel y Pro Sionismo.
Imagen cortesía de Enlace Judío
Con esto pretendemos rendir homenaje a todas las personas que predican con el ejemplo e impulsan a todos los jóvenes de nuestra comunidad a sentirse más identificados y comprometidos con Medinat Israel.
Varios oradores, de viva voz en el micrófono, reconocieron la labor de uno de los fundadores de CADENA.
Benjamín recordó a su papá, de quien heredó el amor al trabajo comunitario y el amor por Israel Benjamín, señaló que “los jóvenes deberían de estar cuestionando todo, positivamente, pero criticando, buscado nuevas maneras de atraer y retener jóvenes y de resolver problemas.
Por su parte, el Sr. Eduardo Cherem, presidente de la Comunidad Maguen David manifestó sus felicitaciones a la labor de Benjamín, al igual que el Excelentísimo Embajador de Israel, Jonathan Peled y el Sr. Salomón Achar, presidente de Comité Central y el Sr. Ariel Hojchman, presidente del Consejo Sionista de México.
Para Benjamín una de las grandes maneras de ser sionista hoy en día, es crear los espacios necesarios para que Israel pueda brillar en la diáspora, pues de esa manera se puede lograr y materializar el propósito ontológico y trascendente del Pueblo de Israel “y se bendecirán por medio de ti todas las naciones de la tierra” (Génesis).
Y a través de CADENA todos los miembros de la Comunidad tienen un espacio para convertirse en agentes de cambio social haciendo ayuda humanitaria. Precisamente, en los desastres naturales, cuando los individuos han perdido todo es el momento que requiere más solidaridad. CADENA se ha vuelto una referencia en la asistencia en la emergencia y ayuda humanitaria, no sólo en la Comunidad Judía sino en todo México.
Sólo nos resta desearle a Benny que no pierda ese entusiasmó que le va tan bien: sólo así contagiará a otros para lograr sus metas.
https://cadena.ngo/wp-content/uploads/2019/10/PremioHertzel2015-2.jpg6671000jsblsadminhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngjsblsadmin2017-12-11 12:03:562019-10-15 12:10:34El Mtro. Benjamín Laniado gana el Premio Herzl 2015
https://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.png00Abigailhttps://static.cadena.ngo/images/logo-cadena.pngAbigail2017-09-12 11:21:062019-08-23 11:26:30CADENA en el New York Times
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