En mi universidad, cada edificio tenía un diseño de salón diferente, y esos salones supuestamente demostraban un método de enseñanza diverso, unos más actualizados que otros. En algunos edificios, los salones tenían ventanas del techo al piso que mostraban las áreas verdes, esos salones tenían sillas con ruedas para que pudiéramos, en ocasiones limitadas, movernos con libertad. En otros, los pupitres estaban atornillados al piso, inamovibles, con ventanas y rejas que imposibilitaban que nuestra mirada divagara del pizarrón. Otros asemejaban una especie de auditorio, cada fila de pupitre se encontraba en un escalón y al final de estos, nuestras miradas se juntaban siempre de manera ininterrumpida hacia el profesorado. A pesar de las grandes diferencias entre el diseño de los espacios, en ninguno de los tres salones el método de aprendizaje variaba siquiera, de los parámetros tradicionales educativos.
Nuestra idea de la educación está altamente relacionada con la jerarquía; la imagen de quien enseña se encuentra enfrente de quienes aprenden, dando más importancia a las personas que tradicionalmente cuentan con los saberes académicos. No importa cuantas sillas de rueditas pongan en un salón o cuantas ventanas tenga, el profesorado siempre está al frente y el estudiantado detrás: el salón de clases demuestra en sí un orden impuesto por un orden hegemónico. bell hooks, a partir de los trabajos de Paulo Freire, además de criticar a la educación tradicional, también critica el mismo espacio en el que aprendemos, el salón de clases, lo que éste representa y lo complicado que es acceder y mantenerse dentro de él. De acuerdo con hooks, el salón de clases es más que un espacio, es una comunidad que puede propiciar, o no, el conocimiento. La “comunidad del salón” como menciona hooks, depende del reconocimiento mutuo, no sólo del reconocimiento del profesorado, pero del estudiantado y del profesorado hacia las personas que estamos aprendiendo. Siguiendo esta definición, muy pocas veces el salón de clases es realmente una “comunidad salón”.
Debo admitir que no sabía que existieran otras maneras de enseñar y aprender antes de ser parte del proyecto Periodos en Movimiento. A los 23 años de edad, mi educación se basaba principalmente en el salón de clases, alguien siempre enfrente de mí que dictaba el conocimiento, en espacios con cuatro paredes, un pizarrón y un pupitre; un lugar en el que pudiera anotar todo lo que mis profesoras decían. Fue hasta que vi como Sheyla, una tallerista de Periodos en Movimiento, implementaba un taller en un espacio de alojamiento temporal, que me di cuenta que las “comunidades salón” no dependían meramente del salón de clases.
Entramos al albergue, el cual antes de ser un espacio de alojamiento temporal, era un salón de fiestas. Las personas que se encontraban en el espacio, optaban por acomodarse en las esquinas y a las orillas, y al ver este espacio mi mente sólo repetía: “no sé cómo podrá dar el taller, no hay mesas” inmediatamente pensando que para aprender necesitas de un lugar donde anotar.
Sheyla, despreocupada, nos pidió invitar a algunas personas al taller, de las cuales sólo unas cuantas decidieron participar. Con las pocas participantes Sheyla no dudó y comenzó a impartir el taller sobre productos de gestión menstrual (toallas, tampones, copas, etc.) Poco a poco, se unían más participantes, hasta que fue casi imposible tomar el registro de quienes estaban tomando el taller. Sheyla continuaba explicando las diferencias y el uso de cada producto y yo veía cómo las participantes se enfocaban en ella y en la información sobre el uso, los cuidados, las ventajas y desventajas. Fue así como una mañana de septiembre, en Chiapas, me di cuenta que la educación no depende del espacio, si no del reconocimiento mutuo.
Freire y hooks se aproximan teóricamente a pedagogías alternativas, pero ese día, Sheyla me demostró que las pedagogías transgresoras no son conceptos alejados de la realidad o alejados de la teoría. De la misma manera que Sheyla, los procesos comunitarios y educativos del Sur Global y el Abya Yala han criticado el paradigma tradicional educativo. Nuevas maneras de educar han sido generadas a partir de esos mismos cuestionamientos, estableciendo otras prácticas pedagógicas que buscan el intercambio de conocimientos y el vaivén de la crítica constructiva. Uno de estos ejemplos es el trabajo de activistas y educadoras menstruales, que retoman saberes ancestrales y colectivos, procesos pedagógicos y estrategias desde el arte, la cultura, el teatro, entre otras disciplinas.